Un origen humilde, una vocación grande

Daniel Comboni Pace nació el 15 de marzo de 1831 en Limone sul Garda, Italia, en una familia campesina muy sencilla. Fue uno de ocho hijos, y el único que sobrevivió.

La pobreza no apagó su fe, al contrario, la fortaleció. Desde muy joven mostró una gran sensibilidad y deseo de servir. A los doce años ingresó al Instituto del Padre Nicolás Mazza en Verona, una escuela para jóvenes con vocación que no tenían recursos. Ahí, escuchando los testimonios de los misioneros que volvían de África, se encendió en él un fuego que ya no se apagaría jamás: su amor por la misión.

África, su gran amor: “¡África o muerte!”

Ordenado sacerdote en 1854, Comboni emprendió su primer viaje misionero a África en 1857, junto con otros misioneros. Fue un viaje largo y lleno de pruebas: enfermedades, aislamiento, un clima implacable y el dolor de presenciar la dura realidad de la esclavitud.

De esa experiencia nació su lema apasionado y profético: “¡África o muerte!”
Para él, la misión no era una opción ni una aventura romántica, sino una entrega total: un camino de cruz y esperanza.

El “Plan para la regeneración de África”: una apuesta audaz

Después de regresar a Europa por motivos de salud y para reorganizar la misión, Comboni comprendió algo esencial: África no podía ser evangelizada solo por misioneros extranjeros.
Era necesario que los propios africanos fueran los protagonistas de su crecimiento espiritual, humano y social.

En 1864, mientras oraba ante la tumba de San Pedro en Roma, recibió una inspiración que marcaría su vida: su “Plan para la regeneración de África”, resumido en la frase “Salvar África con África”.

Esto implicaba:
• fundar escuelas, centros de salud y comunidades misioneras desde dentro,
• promover vocaciones africanas (sacerdotes, religiosas, catequistas),
• y hacer que los africanos no fueran simples receptores, sino colaboradores activos de la misión.

Fundaciones, sufrimientos y episcopado

Comboni fundó dos congregaciones misioneras que siguen vivas hasta hoy:
• Los Misioneros Combonianos del Corazón de Jesús (varones), en 1867,
• y las Misioneras Combonianas (mujeres), en 1872.

En 1877, fue consagrado obispo y nombrado vicario apostólico de África Central, una misión inmensa y desafiante.

Sus últimos años estuvieron marcados por la enfermedad, las críticas, la muerte de compañeros, la sequía y la escasez. Sin embargo, su entrega nunca se debilitó.

Murió en Jartum, Sudán, el 10 de octubre de 1881, a los 50 años de edad, desgastado por el trabajo y los sacrificios, pero con una certeza firme en el alma:

“Yo muero, pero mi obra no morirá.”

Santidad, legado y actualidad

• Fue beatificado en 1996 y canonizado por San Juan Pablo II el 5 de octubre de 2003.
• Su fiesta litúrgica se celebra el 10 de octubre.
• Hoy, los Misioneros Combonianos y las Hermanas Combonianas trabajan en decenas de países del mundo, llevando adelante misiones, escuelas, hospitales y proyectos de promoción humana, defendiendo la dignidad y los derechos de las personas más pobres y olvidadas.

Lo que nos enseña San Daniel Comboni hoy

1. Misericordia activa: No basta con sentir compasión; hay que actuar, acompañar y aliviar el sufrimiento.
2. Protagonismo local: Las personas deben ser sujetos de su historia, no simples beneficiarios de ayuda.
3. Perseverancia ante el desaliento: Comboni enfrentó fracasos, enfermedades y críticas, pero nunca perdió su visión.
4. Fe que abraza la cruz: Comprendió que seguir a Cristo en la misión implica riesgo y sacrificio, pero también el gozo de saberse amado por Dios.
5. Universalidad y justicia: Defendió la dignidad de toda persona, luchó contra la esclavitud y valoró las culturas africanas, rechazando todo racismo o colonialismo.

San Daniel Comboni no fue un héroe distante ni idealizado, sino un hombre de carne y hueso, con dudas, pasiones, cansancio y una fe ardiente que lo impulsaba más allá de sí mismo.

En un mundo lleno de divisiones, injusticias e indiferencia, su vida nos lanza una pregunta directa:

¿Qué estoy haciendo yo por los olvidados?
¿Cómo puedo ser instrumento de salvación, no solo con palabras, sino con obras?