Entre los muchos rasgos que definieron el pontificado de san Juan Pablo II, su profundo amor por la Virgen María ocupa un lugar privilegiado. Nadie que haya vivido aquellos años puede olvidar el eco de su lema —Totus tuus— como una declaración existencial de consagración total a la Madre de Dios. Sin embargo, ese amor mariano no fue un sentimentalismo piadoso ni un romanticismo religioso: fue, sobre todo, una expresión teológica encarnada, modelada por la fe y guiada por el discernimiento eclesial.
Es en ese marco donde debe comprenderse la evolución de su lenguaje en torno al controvertido título de Corredentora.
Un lenguaje nacido del corazón y de la cruz
Entre 1980 y 1991, san Juan Pablo II utilizó en al menos siete ocasiones la palabra Corredentora, generalmente en discursos devocionales o catequesis dirigidas al pueblo fiel. Lo hacía en un tono profundamente pastoral, buscando exaltar la participación amorosa de María en la Pasión de su Hijo, su unión íntima con el Redentor en el Calvario y su maternidad espiritual sobre los creyentes.
Para él, el término evocaba la compasión materna que acompaña y participa del dolor de Cristo; no pretendía colocarlo en un plano de igualdad, sino de colaboración singular, derivada de su “sí” total en la Anunciación y consumada al pie de la Cruz.
Era un modo de hablar que brotaba más del corazón que del debate teológico, un lenguaje de fe y afecto, no de definición dogmática.
El discernimiento de una Iglesia que madura
Sin embargo, la Iglesia no se guía únicamente por la emoción del amor, sino también por la sabiduría del discernimiento.
En este sentido, el documento Mater Populi Fidelis (2025) recuerda un dato clave: después de la reunión de la entonces Congregación para la Doctrina de la Fe del 21 de febrero de 1996, san Juan Pablo II dejó de usar el título “Corredentora”.
Esa omisión no fue casual. Indica una toma de conciencia teológica: el Papa, siempre dócil a la guía del Espíritu y atento a la unidad de la Iglesia, comprendió que el término, aunque bienintencionado, podía generar ambigüedad doctrinal y confusión ecuménica.
La Virgen María sí coopera en la redención, pero no como causa de la salvación, sino como instrumento elegido, totalmente dependiente de la gracia redentora de su Hijo. El riesgo de que la palabra “Corredentora” se interpretara como una “redentora junto a Cristo” —en pie de igualdad— llevó al Magisterio a preferir expresiones más fieles a la Tradición y al lenguaje bíblico.
Redemptoris Mater: el culmen de una mariología madura
De hecho, la gran encíclica Redemptoris Mater (1987) constituye la síntesis más completa y luminosa de la mariología de san Juan Pablo II.
Allí no aparece el término Corredentora, pero sí se despliega una comprensión profunda y armónica de la cooperación maternal de María en la obra redentora de Cristo.
El Papa presenta a María como la “Mujer nueva”, asociada al Redentor no por título o poder, sino por comunión interior con su misión.
Su participación no se define por la grandeza de una función paralela, sino por la profundidad de su fe obediente, por su compasión activa y su total disponibilidad a los designios de Dios.
“María se ha asociado de modo singular a la obra redentora de su Hijo, participando en el sacrificio de Cristo con el corazón de madre” (Redemptoris Mater, n. 18).
Así, san Juan Pablo II reformula la devoción mariana en clave cristocéntrica: María no eclipsa al Redentor, sino que lo revela. No compite con Cristo, sino que lo acompaña desde la humildad de la fe.
De la expresión piadosa a la claridad universal
La evolución de san Juan Pablo II respecto al término Corredentora no fue una corrección doctrinal, sino una madurez de lenguaje.
El Papa pasó de una formulación emocional —legítima dentro de la piedad popular— a una expresión teológica más precisa y pastoralmente fecunda.
El cambio revela algo más profundo que una simple elección de palabras: expresa la dinámica viva del Magisterio, que sabe distinguir entre la verdad de la fe y las formas de expresarla, entre el núcleo teológico y sus vestiduras culturales o lingüísticas.
Como enseña Mater Populi Fidelis, no se trata de negar la cooperación de María, sino de “decirla mejor”, de forma que toda expresión mariana conduzca inequívocamente a Cristo, único Redentor.
Una lección de fidelidad y discernimiento
El camino de san Juan Pablo II es una lección de obediencia teológica. Nos enseña que el amor a María no se opone a la obediencia al Magisterio, sino que la perfecciona.
Su evolución en el lenguaje es testimonio de una fe viva, capaz de purificar incluso sus propias palabras para servir mejor a la verdad.
En tiempos en que algunos tienden a absolutizar fórmulas devocionales o a convertir títulos piadosos en banderas de identidad, el ejemplo del Papa polaco invita a redescubrir la verdadera grandeza de María: su docilidad al Espíritu y su discreta pero eficaz cooperación en la redención.
Así, la Iglesia, fiel a su Madre y guiada por su Hijo, sigue aprendiendo a hablar con el corazón… pero también con la inteligencia de la fe.






