En medio de un mundo herido por la indiferencia, el individualismo y la desesperanza, el Papa Francisco alzó su voz con fuerza y ternura para recordarnos que la Iglesia no puede quedarse encerrada en sí misma. Su grito de alma, expresado en Evangelii gaudium, es un llamado apremiante a una conversión pastoral: una transformación profunda del corazón, de las estructuras y del modo en que vivimos la fe.

“La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús”, escribió Francisco. Y es precisamente desde esa alegría –no desde la queja ni desde la nostalgia– que el Papa nos invitó a renovarnos, a salir de la comodidad, a tender la mano a los que viven en las periferias geográficas y existenciales.

La conversión pastoral, para él, no es un cambio de maquillaje eclesiástico. Es una transformación del alma de la Iglesia, que la lleva a poner en el centro lo esencial: la misericordia, el encuentro con Cristo, la cercanía al pueblo, especialmente al que sufre. Francisco soñó –y nos hizo soñar– con una Iglesia que no teme mancharse los pies en la calle, que abraza con ternura al herido, que escucha más que condena.

Durante su pontificado, no se cansó de repetir: “Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por encerrarse en la comodidad”. Sus palabras calaron hondo, no como una consigna pasajera, sino como una herida de amor que llama a la acción.

Hoy, tras su pascua, ese llamado sigue resonando. La conversión pastoral no es tarea de unos pocos. Es el anhelo del Espíritu en cada comunidad cristiana, en cada corazón que ha sido tocado por el Evangelio. Se trata de vivir como Jesús: con los brazos abiertos, con los ojos atentos al sufrimiento, con el corazón disponible para servir.

El Papa Francisco no sólo nos habló de conversión pastoral. Él mismo la encarnó. Con sus gestos sencillos, con su forma de gobernar, con su abrazo a los descartados, nos mostró que otra Iglesia es posible: una Iglesia más evangélica, más humilde, más humana.

Y hoy, mientras su figura pasa a la historia, su voz queda grabada en la conciencia del Pueblo de Dios: ”¡Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo!” Que ese sueño siga ardiendo en nuestros corazones y se haga carne en nuestras parroquias, comunidades y caminos de fe.