… malentendida. Como si, mediante la fe, uno pudiera mandar a Dios. Claro que, para los que se sirven de la fe como medio para favorecer sus intereses personales, es fácil decir: “Reclama a Dios lo que te pertenece por la fe”, exigiéndole el milagro. Para ellos, lo que importa es impactar a los ingenuos y conseguir siempre más seguidores, y con eso asegurar más entradas económicas. ¿Y qué tal, si después el milagro no llega? Empiezan las recriminaciones contra Dios: un camino muy peligroso, que puede llevar a la depresión y de la depresión a la pérdida de la misma fe. Es lo que les ha pasado en distintas ocasiones a quienes pretendían mandar a Dios, sirviéndose de la fuerza de la fe, y a la mera hora no se les hizo. Veamos.
Conocí a un doctor, fiel colaborador de un sacerdote totalmente entregado a las cosas de Dios. Era su ayudante en el ministerio de sanación. Oraba con él y con él se la pasaba gran parte del día, siempre metido en las cosas de Dios. Pues bien, un día dicho doctor se enfermó gravemente:
–Sin duda, en esto el diablo tiene mucho que ver –pensaron los dos–. Seguramente se trata de una de sus tretas para asustarnos y obligarnos a dejar nuestro ministerio, que sin duda le está causando grandes daños.
Alguien les habló de análisis clínicos y tratamiento especializado. Nada.
–Van a ver cómo Dios va a intervenir en todo eso –era siempre su respuesta–. Si es necesario, hará el milagro. De otra manera, ¿dónde está la fe, de la que hacemos tanto alarde? Verán que todo se va a resolver por la fe.
Pero las cosas empeoraron hasta que el doctor se murió. En la autopsia resultó que tenía cáncer. Entonces uno se pregunta: “¿Cómo es que suceden esas cosas con gente muy entregada a Dios?” La respuesta es muy sencilla: “Esa gente, muy entregada a Dios, no tiene ideas correctas acerca del poder de la fe. Según ellos, por la fe uno puede conseguir todo lo que quiere, sin tener en cuenta la voluntad de Dios.” Sin duda, un absurdo. Con las consecuencias que conocemos.
En otra ocasión, el líder de un movimiento católico muy conocido se enfermó gravemente. En lugar de acudir pronto al médico, se refugió en la oración, de acuerdo con la enseñanza que siempre había impartido a sus seguidores. Estaba tan seguro de que se iba a recuperar pronto, por milagro, un milagro conseguido por el poder de la fe, que se adelantó a los hechos, dando testimonio de su completa recuperación en un encuentro multitudinario de oración por los enfermos, en que se dieron muchas sanaciones milagrosas.
¿Y qué pasó? Que el día siguiente se encontraba peor que antes. Vergüenza, escándalo y confusión general. Ni modo. No había entendido cómo son las cosas de Dios. Por fin acudió al médico. Demasiado tarde. Murió poco después, entre dolores atroces, siempre soñando en una pronta intervención de parte de Dios, intervención que nunca llegó.
Otro caso peor. Una católica practicante tuvo un descalabro económico. Haciendo caso a la propaganda televisiva de una secta, experta en embaucar a la gente, se fue con ella, convencida de que, entregándole lo poco que le quedaba de su negocio, pronto iba a retomar vuelo. Lo que le sucedió puntualmente.
El problema vino después, cuando su hijo único se enfermó de cáncer y ella, para salvarlo de una muerte segura, repitió lo de antes, firmemente convencida en una pronta intervención de Dios como respuesta a su petición, hecha con fe y avalada por la paulatina entrega de sus bienes a los dirigentes de la organización religiosa. Pero, ¿qué pasó? Que se acabaron todos sus bienes y su hijo se murió. Al preguntar la causa a los jefes de la secta, su respuesta fue muy sencilla: “Te faltó fe”. Ante tanto cinismo, la señora por fin descubrió la trampa y se sumió en una profunda depresión, hasta perder totalmente su fe en Dios.
Conclusión: la fe no es un medio para sujetar a Dios a los propios caprichos. Todo lo contrario: ayuda al creyente a confiar totalmente en el amor y la misericordia de Dios. Por lo tanto, cuando alguien se dirige a Dios y con fe le pide algún favor, lo hace siempre anteponiendo la voluntad de Dios a su deseo, convencido de que sin duda Dios le tiene preparado lo que más le convenga para conseguir la verdadera felicidad. Pedir a Dios lo que uno considere útil para su bien espiritual y material, sí; exigirlo, nunca; siempre anteponiendo el cumplimiento de voluntad de Dios a la propia voluntad.

PREGUNTAS

1. ¿Qué te parece todo esto?

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