Un día se me presenta un joven totalmente decepcionado de la manera de llevarse las cosas en su parroquia:
–Mi señor cura no se cansa de repetir: “Que se haga la voluntad de Dios”. Para todo, se sale siempre con lo mismo: “Que se haga la voluntad de Dios”. Y en la parroquia todo va de mal en peor: menos gente acude a la misa dominical y las sectas avanzan cada día más. Parece que nosotros católicos nos encontramos ya en caída libre. Y para colmo de males, el señor cura (según él, para cubrir los enormes gastos de la parroquia) no deja de apretarnos cada día más con aranceles siempre más elevados. Pues bien, al hacerle notar lo absurdo de la situación, se sale siempre con lo mismo: “Que se haga la voluntad de Dios. Todo depende de él. Si quiere que avancen las sectas, avanzarán y, si quiere que se paren, se pararán. En fin de cuentas, es Dios que lo hace todo. Es él que salva a quien quiere, como quiere y cuando quiere. Nosotros no somos nada más que simples instrumentos en sus manos”. Y con esos argumentos, según él altamente teológicos, nos deja cada día más confundidos y desanimados. ¿Qué podemos hacer ante esta situación?
Evidentemente no es la primera vez que se me presentan casos parecidos, en que se pretende resolver cualquier problema, descargando en Dios toda responsabilidad. ¿Alguien muere atropellado por un conductor borracho? “Así lo quiso Dios”. ¿Ya es poca gente que acude a la misa? Los niños y muchachos del catecismo, una vez recibido el sacramento, ¿ya dejan de frecuentar la Iglesia? No pasa nada. No hay que buscar ninguna causa. Así son las cosas. Dios sabe lo que hace.
Siempre Dios y todo Dios: una manera fácil de escabullirse de los problemas y dar la impresión de ser muy espirituales. Teniendo siempre a Dios en los labios y preocupados esencialmente de ver la manera concreta de conseguir el pan de cada día. De hecho, ¿qué pasa cuando las cosas empeoran y ya escasean las entradas? Sencillamente se pide un cambio de parroquia, en busca de gente que siga solicitando misas y sacramentos. En otras palabras, se busca la mesa ya servida. La pregunta es: “¿Qué pasará cuando ya no habrá gente que siga pidiendo sacramentos y misas a cambio de un estipendio?”
Al externar al joven estas reflexiones, el joven se manifiesta totalmente de acuerdo.
–De hecho –comenta–, el señor cura ya nos amenazó con transferir a otro lugar la sede parroquial, si siguen bajando las intenciones de misas.
–¿Ya viste? Ni modo. Así están las cosas entre nosotros. Estamos acostumbrados a vivir de herencia. Mientras los demás tienen que sudar (Gén 3, 19) para sembrar y cosechar, nosotros queremos cosechar donde sembraron otros. La pregunta es: “¿Hasta cuándo durará la fiesta?” Gracias a Dios, que, en un panorama tan sombrío, ya aparecen signos esperanzadores. De hecho, ya hay gente que aprendió a sembrar para cosechar. Son el futuro de la Iglesia. Así que no todo está perdido, mi querido amigo. Si no quieres perder tiempo, busca donde sea a esos sembradores, júntate con ellos y ponte a trabajar.
–¿Y el señor cura?
–Que se haga la voluntad de Dios.
PREGUNTAS
1. Teniendo en cuenta lo anterior, ¿cómo ves la situación de tu parroquia? ______________________
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2. ¿Cuáles son los signos esperanzadores? ________
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