Dios va demostrando a la persona poco a poco cuál es la vocación a la cual desea que dedique su vida. La vocación comienza a vislumbrarse en un momento dado de la vida, pero necesita ser confirmada…. La semilla de la vocación empieza con tanteos, poco a poco, hasta que crece y se desarrolla del todo (cf. Mc 4,26-27).
La decisión (cf. Lc 9,57) de ser misionero, sacerdote y religioso es el resultado de un cuidadoso proceso de discernimiento vocacional. Discernir es lo mismo que sopesar razones, escucharse a uno mismo y a los demás, atender a Dios en la oración, analizar, reflexionar. Mientras más difícil es el proyecto que uno quiere realizar, mayor debe ser el cuidado de preguntarse si los propios recursos son suficientes para llevarlo a cabo.
Por eso, la conciencia de la vocación debe abrirse camino en el corazón del joven que la escucha, debe entrar en la profundidad del pensamiento, del sentimiento, de la voluntad del sujeto, para llegar a influir en su comportamiento. No hay que olvidar que toda vocación es un don de Dios. Se necesita, pues, la oración y el sacrificio de la misma comunidad, que desea vocaciones de evangelizadores.
Dios no señala desde un principio claramente cuál es la vocación clara y precisa a que tiene destinado cada uno, sino que le va demostrando poquito a poco, por medio de varias circunstancias, cuál es el camino vocacional que debe seguir. Algunas de estas circunstancias pueden ser las siguientes:
1. Recurriendo a la oración (Mt 9,37). Como Dios es el que llama, por ello debemos recurrir a la oración y preguntar Señor: ¿qué quieres que yo haga? ¿Para qué me tienes destinado? ¿Qué será lo que más conviene? La persona reza, medita, lee, compara los pros y los contras, y luego el Espíritu Santo le va inspirando e iluminando internamente acerca de lo que más le conviene hacer. En cada uno de los que perciben la llamada al sacerdocio o a la vida religiosa se repite la historia de aquellos discípulos a quienes Cristo afirmó de modo rotundo: "No me han elegido ustedes a Mí, sino que Yo los he elegido a ustedes". Efectivamente, algún día, de diversos modos, cada uno de ellos oyó una voz interior que les decía: "¡Sígueme!"(Mc 10,21). Así, pues, lo primero que tiene que hacer una persona para descubrir si Dios lo llama o no, es ponerse en actitud de apertura y disponibilidad a lo que Dios quiera. No puedo escuchar la voluntad de Dios si de antemano yo he decidido lo que quiero.
2. Pidiendo consejo a personas prudentes. No conviene hablar de la vocación con todo el mundo, ni con cualquier clase de personas, porque se burlan y no aportarán nada bueno en cuanto a consejos y sugerencias. Pero el tener confianza con un buen sacerdote o una religiosa u otra persona indicada, hace mucho provecho (cf. Prov. 8,33; 12,8).
3. Una invitación. Puede darse el caso de una persona amiga que invita a conocer o a entrar a un seminario o a una comunidad religiosa o a pertenecer a una Asociación apostólica. Y si Cristo te necesita para algún plan especial, ¿aceptarías su invitación?…
4. Reflexionando y meditando: ¿Para qué me destinará Dios en esta vida? ¿Para qué tengo cualidades? ¿Hacia qué clase de actividades siento más inclinación? ¿En qué labores me sentiré más realizado? ¿A la hora de la muerte cuál será la vocación y profesión que más consuelos y esperanza me será más útil y provechosa para la eternidad? ¿En qué vocación me voy a sentir mejor y en cuál voy a poder hacer mayor bien a los demás? Si muchos han hecho cosas buenas a favor de la salvación de los demás, ¿por qué no voy a poder hacerlas yo también? Recuerda que conseguirle a la Iglesia una vocación es mejor que obsequiarle un altar de oro.
5. Valorando las propias fuerzas y cualidades (Lc 14,29). Dios no llama para lo que es superior a las propias fuerzas o a lo que está muy en contra de las inclinaciones de la persona. Pero sí puede llamar a actividades difíciles, comprometiéndose Él a darle las fuerzas y luces que le van a ser necesarias. Descubrirás el proyecto de Dios sobre ti, inscrito en tus propias cualidades e incluso en tus mismos límites, al precio de una cierta disciplina de reflexión y silencio.
6. Analizando su castidad (2Cor 12,9), para saber si puede o no, dedicarse a una vocación que le exige castidad completa, como es el sacerdocio o la vida religiosa. Más vale darle un sacerdote o un religioso menos a la Iglesia, que proporcionarle un pecador que va a vivir siendo infiel a su juramento de castidad. En este punto el confesor ayuda mucho. Por eso los santos insisten mucho en que la última palabra acerca de si alguien debe o no dedicarse a una vocación consagrada, es el confesor. En los momentos de desánimo y desaliento no tomar ninguna resolución acerca de la vocación.
7. Leer libros que traten de la vocación que se va a elegir. La experiencia ha demostrado en muchos países, que el leer libros que traten de la vocación o profesión que uno desea seguir, ayuda muchísimo a enfervorizarse por ese ideal o modo de vivir y a capacitarse más para poder triunfar en las actividades que va a emprender.
El libro que más te va a aprovechar para mantener el fervor por la vocación, será siempre y en todas partes la Biblia. Ninguna otra lectura puede igualar en poder y eficacia a la de este Libro Sagrado.
Espero que tomes un tiempo para leerlo
Lo siento esta s palabras ban dirijidas a mi sobrina