¿Qué nos está pasando? Mientras todos avanzan, nosotros vamos para atrás. ¿Por qué? Por la sencilla razón que nuestro modelo eclesial es totalmente obsoleto, inoperante y dista mucho de reflejar la enseñanza del Divino Maestro al fundar su Iglesia. ¿Qué hacer, entonces? Cambiar o morir; regresar al Evangelio o perder el sabor y ser pisoteados por todos.

 

Por el p. Flaviano Amatulli Valente, fmap.

1.- Del cayado del pastor a la tienda de don Simón

¡Qué diferencia entre el modelo eclesial, que presentan las Escrituras, y el modelo eclesial en el que estamos metidos actualmente! Mientras las Escrituras nos hablan del “pastor”, que conoce y cuida a sus ovejas (Lc 15, 4ss; Jn 10, 3ss), dispuesto a dar la vida por ellas en caso de peligro (Jn 10, 11), nosotros hablamos del “sacerdote”, que espera en el templo, dispuesto a prestar un servicio a quien se lo pida, a cambio de un emolumento económico bien definido según “tarifas” establecidas por la autoridad competente.

 

Como si la Iglesia fuera una agencia de ceremonias o una tienda, donde se venden cosas que tienen que ver con el bien del alma, la tienda de don Simón precisamente. ¿Recuerdan a Simón el mago, que quería “comprar” el poder de conferir el Espíritu Santo al que le impusiera las manos para así poder organizar su changarrito, dedicándose a traficar con el Espíritu? ¿Y qué hizo san Pedro? Lo mandó al diablo: “Maldito seas tú con tu dinero, si piensas que el don de Dios se compra con el dinero” (Hech 8,20).

Y ahora ¿no pasa lo mismo? “Quiero casarme. ¿Cuánto tengo que pagar?” Y si alguien no

tiene con qué pagar, se queda sin el sacramento. Compra-venta de cosas sagradas. Si esto no es simonía, entonces no entiendo qué es simonía.

 

Pretexto: tenemos que vivir. Lo mismo pensaba Simón, el mago. El problema está en saber cómo resolver el problema económico de los que se dedican a las cosas de Dios. Y la manera actual de resolver este problema me parece la peor de todas, puesto que consiste en aprovecharse del “poder” que se tiene de administrar los sacramentos para exigir a cambio determinadas cantidades de dinero, algo evangélicamente inaudito.

 

Por esta razón, los pocos ministros de culto con que contamos, se dedican casi por completo a la administración de los sacramentos, hecha sin ton ni son. ¿Y la enseñanza? ¿Y el cuidado del rebaño? “¿Qué es eso?” – parece ser la respuesta generalizada-. Que se encarguen otros”.

 

Siempre que no representen un peligro para las entradas. De ahí la fobia contra los diáconos permanentes, vistos no tanto como colaboradores en el ministerio, sino como rivales que pueden poner en peligro las entradas. De ahí también el texto único obligatorio para la catequesis, a sabiendas de que no es adecuado para todos por la grande diferencia que existe entre los diferentes destinatarios. Ni modo. Los intereses económicos mandan, no el bien real del rebaño.

 

Solución: separar la economía de los servicios fundamentales que necesita cada comunidad y cada individuo: la educación en la fe, la administración de los sacramentos y el pastoreo. “Imposible”, pensarán algunos. “Esencial”, opina un servidor. Estoy convencido de que solamente haciendo esto lograremos “despertar a la Iglesia”, el gigante adormecido. O todo quedará en puras palabras.

 

2.- El celibato obligatorio para todos los presbíteros de la Iglesia

Otro enredo, en que la Iglesia se ha ido metiendo poco a poco y del cual ya no sabe cómo salir. Evidentemente, no estoy en contra del celibato como tal, ni mucho menos para los presbíteros de la Iglesia, puesto que se trata de un don de Dios, sino del hecho que sea obligatorio para todos, lo que en la situación actual representa un verdadero problema. Me temo que, si el Papa quisiera ahondar en su tarea de purificar la Iglesia, utilizando también en este aspecto la misma severidad con que enfrentó el asunto de los curas pederastas, enteras regiones se quedarían sin presbíteros.

 

Es que no todos los presbíteros cuentan al mismo tiempo con el don de ser “pastores de la Iglesia” y el don de ser “célibes”. En realidad, se trata de dones diferentes, que no siempre se dan en la misma persona. “¿Y el compromiso que se toma antes de acceder a la ordenación diaconal?”, objetará alguien. Pues bien, la experiencia enseña que ningún compromiso humano” se puede equiparar y tiene la misma eficacia de un “don del cielo”. De ahí el malhumor, el sentido de soledad y la insatisfacción de muchos presbíteros, que no cuentan con el don del celibato.

 

Es como cuando se quiere aprisionar un río, reduciéndole drásticamente su cauce natural. Llega el momento en que ya no aguanta y sucede el desastre. Decían los antiguos: “natura non facit saltus” = la naturaleza no da brincos. Sencillamente hay que respetarla. O hay que atenerse a las consecuencias.

 

3.- Apatía pastoral

Mientras los de la competencia no desperdician ninguna oportunidad para avanzar, siempre en busca de más gente, en nuestras filas se nota una enorme apatía al respecto, dispuestos a inventar cualquier pretexto para no hacer nada y sentirse “a la moda” y “avanzados”. De ahí la contraposición, sin fundamento alguno, entre el ecumenismo y la apologética, la cultura y el Evangelio, la promoción humana y la evangelización en sentido estricto, las religiones ancestrales y el cristianismo, las semillas del Verbo y el Verbo Encarnado, etc., etc.

 

Y de ahí el fracaso de la “Misión Continental”, un fracaso anunciado. En realidad, ¿qué pueden hacer los soldados, cuando no cuentan con oficiales suficientes, capacitados y entusiastas? Y es un hecho que nuestros comandantes no fueron preparados para evangelizar, mucho menos para ser misioneros. Lo único que hicieron en el seminario, fue “estudiar” y “estudiar” para pasar los exámenes y acceder a la ordenación. ¿Y la práctica pastoral con el relativo entrenamiento? “Después”. ¿Cuándo?

 

Como se ve, la enfermedad es más grave de lo que se pensaba, puesto que ya alcanzó al mismo corazón del cuerpo eclesial, representado por los ministros ordenados. Ahora bien, estando así las cosas, o la curación empieza por ahí o todo se volverá en un simple paliativo.

 

4.- Palabra de Dios y documentos eclesiales

Alguien se preguntará: “¿Cómo es que se llegó tan lejos?”. Por el descuido de la Palabra de Dios. En su lugar, se hizo hincapié en los documentos eclesiales, que tienen mucho de contingente, ligado a las circunstancias concretas de tiempo y lugar. Y así, poco a poco, se confundió lo contingente con lo esencial y llegamos a la situación actual.

 

¿La solución? Regresar a la Palabra de Dios, “sine glossa” (sin comentarios), como solía decir san Francisco de Asís. Y veremos como la Iglesia retomará el brío y el fervor de una vez.

 

5.- Autocrítica, a la luz de la Palabra de Dios

Parece un tema tabú entre nosotros, tan acostumbrados estamos al estilo autoritario y piramidal. Ipse dixit (lo dijo él) y punto. Nada de discusión; nada de crítica. A veces se critican las instituciones culturales, económicas y políticas de la sociedad, pero nunca la institución eclesial.

 

Por otro lado, así les conviene a los que detentan el poder a todos los niveles. El problema es para los que tienen que soportar la carga de todo el aparato eclesial, sin disfrutar de los beneficios correspondientes. A estos sí que les afecta el desajuste estructural presente en el actual sistema eclesial.

 

Ni modo. Así están las cosas. Ojalá que este modesto aporte sirva para proporcionar un poco de esperanza a los que están sufriendo las consecuencias de un sistema inoperante y un cuestionamiento para los responsables de cambiarlo, haciéndolo eficiente como en los inicios.