Por el P. Julián López Amozurrutia*
23 de junio de 2005

Sacerdote y teólogo católico.

teyamoz@prodigy.net.mx

UN viaje relámpago me llevó en días pasados a visitar la ciudad eterna y la tierra de origen del papa Benedicto XVI. Alemania se encuentra aún digiriendo la insólita novedad de que un bávaro, hombre además de una cultura excepcional, tenga como misión la conducción de la Iglesia católica. Sigue siendo emblemático el encabezado que se publicó en un diario local: "Wir sind Papst!": "¡Somos Papa!". Inevitablemente, la Alemania dividida desde el siglo XVI entre las confesiones católica y luterana vive con sorpresa esta realidad. Desde hace décadas, el cristianismo alemán logró un interesante equilibrio entre ambas confesiones. Desde el punto de vista católico, el movimiento ecuménico del Concilio Vaticano II abrió espacios para reconsiderar la Reforma luterana no sólo en los errores eclesiológicos en los que hubiera podido caer, sino también en sus valores.

La convivencia entre las comunidades ha logrado notables puntos de encuentro. Como ejemplo, en una celebración del sacramento de la Confirmación en la Iglesia católica fueron invitados miembros de la comunidad evangélica a presentar sus felicitaciones a quienes habían sido confirmados. Extraño, porque la Confirmación no existe como sacramento en la Iglesia luterana, y con todo quienes felicitaron hicieron explícita mención al don del Espíritu que había sido recibido, lo cual es precisamente el contenido católico del sacramento. De hecho, los mismos luteranos han terminado por incorporar ciertos ritos celebrativos a su propia vivencia de fe, entre ellos uno cercano a la Confirmación.

Estos puntos de encuentro, que en cierta medida se han desarrollado sobre todo en el plano de la relación, la amistad y la convivencia afectuosa, tienen su complemento en los diálogos ecuménicos. Uno de los motivos de la ruptura luterana fue la doctrina sobre la justificación. Hace poco más de un lustro se hizo público un documento en el que se reconocía oficialmente, tanto de parte católica como de parte luterana, un avance teológico en el reconocimiento de los puntos de acuerdo, sin dejar de mencionar los elementos en los que cada una de las confesiones mantiene su acento propio o algún matiz que resulta insuficiente para la otra. Estos diálogos no son el resultado de un irenismo fácil. La fe cristiana no pretende ser la construcción humana de un sistema que explica la trascendencia, sino la apertura del hombre a un don de Dios que incluye un mensaje concreto. Traicionar el mensaje significaría traicionar a Dios mismo. Por ello no caben relativismos en la fe.

Esta es una de las razones por las que el Papa alemán resulta atractivo como figura para sus propios compatriotas. Hasta hace poco, el cardenal Ratzinger podía resultar para muchos de ellos el representante de una especie de ortodoxia intolerante. De hecho, muchos católicos alemanes habían tendido a alinearse en una orientación "liberal" que parecía condescender con ciertos enfoques luteranos, y a la vez con los valores de la modernidad. Lo cierto es que los mismos luteranos han tendido en tiempos más recientes a volverse más "conservadores". Pero los puntos de encuentro no pueden reducirse a posturas ideológicas: tienen que basarse en la búsqueda común de la verdad. Esta ha sido la meta del cardenal Ratzinger: conoce como buen teólogo los aspectos que deben considerarse en el diálogo ecuménico y no pretende esconder los temas difíciles. Un verdadero diálogo se fundamenta sólo en la sincera intención común de encontrar la verdad. Así, Benedicto XVI representa el diálogo cordial que no ha dejado por ello de ser teológicamente riguroso.

De algún modo, la Alemania católica liberal podía ver a la Sede Apostólica con un cierto desdén. Ratzinger en ella representaba una cuña de su propia madera. Pero era sólo el custodio de la ortodoxia, como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Ahora es el Santo Padre. El desconcierto de que un país "liberal" aporte a la Iglesia a un Papa "conservador" lo viven así con toda intensidad. Una simpatía y un entusiasmo natural se genera cuando uno ve a un compatriota destacando en algún ámbito. Aunque Benedicto XVI no ha escondido su talante más formal, no por ello ha dejado de romper el protocolo saliendo a visitar el negocio donde tradicionalmente tomaba su café, o tomando el teléfono celular para hablar con la esposa de un enfermo que lo saludó durante una audiencia. Estos signos se ubican en un marco de más amplio alcance: la necesidad que tiene la cultura contemporánea, y la occidental en particular, de encontrar figuras recias a la vez que amables que le permitan reconocer la bondad de la vida y el horizonte de esperanza que abre la fe. Una niña alemana, luterana, me pidió que le llevara al Santo Padre su fotografía. Cuando una persona logra generar la convicción de que es alguien familiar que representa lo que uno mismo es, se empieza a convertir en un líder. Para Alemania, Benedicto XVI lo empieza a ser.

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* Participó en la Ciudad del Vaticano como Auxiliar en la Secretaría del Sínodo de los Obispos durante la Asamblea Extraordinaria para América en noviembre y diciembre de 1997. Desde el año 2001 es Director Espiritual adjunto en el Seminario Conciliar de México. De 2001 a 2003 es Coordinador Académico del Instituto Superior de Estudios Eclesiásticos, del cual es desde el 2003 Director General. Desde el 2001 es también profesor en la Universidad Pontificia de México en el área de Dogmática. Ha colaborado también en otros centros, entre los que destaca el Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana, y ha fungido como perito en Teología en distintas actividades eclesiásticas, así como conferencista en diversos centros educativos. Actualmente es también miembro del Consejo de Bioética de la Conferencia del Episcopado Mexicano. Ha participado en diversas publicaciones especializadas y de divulgación como autor y editor.