Lo sagrado se respeta, y la misericordia se encarna en gestos concretos, no en banderas colgadas del altar.
En tiempos donde todo parece convertirse en escenario de propaganda, la Iglesia debe recordar con claridad quién es el centro de su culto: Cristo realmente presente en la Eucaristía.
Cuando el altar —ese lugar donde se renueva sacramentalmente el sacrificio del Señor— termina cubierto de signos ideológicos, la Iglesia corre el riesgo de olvidar su corazón y ofuscar la luz de Cristo con símbolos que no le pertenecen.
✦ 1. El altar: mesa del Cordero, no escaparate ideológico
El altar no es una tarima, ni un lienzo para campañas, ni un espacio para agendas humanas.
Es el lugar sagrado donde el Hijo de Dios se entrega, donde desciende el cielo, donde los fieles se alimentan del Pan de vida.
Allí:
• no se exponen slogans políticos,
• no se levantan banderas partidistas,
• no se manipulan símbolos externos.
El altar proclama algo infinitamente mayor:
“Este es mi Cuerpo… esta es mi Sangre”.
Cuando cualquier ideología —por más noble que pretenda ser— se instala en ese espacio, inevitablemente desplaza la mirada del único que debe estar allí: Jesucristo.
✦ 2. La verdadera misericordia no se reduce a signos superficiales
Se argumenta que colocar símbolos ideológicos en el altar es un gesto de inclusión o sensibilidad social.
Pero la misericordia del Evangelio no consiste en banderas, sino en acciones concretas:
• acoger,
• escuchar,
• sanar heridas,
• defender la dignidad humana,
• acompañar el dolor,
• servir sin condiciones.
El altar no necesita color político ni sello ideológico para predicar la compasión:
la misericordia está allí, encarnada en Cristo que se entrega por todos.
✦ 3. “No mundanicemos lo sagrado”
El peligro es real: mundanizar lo sagrado, diluir la identidad de la Iglesia, transformar su culto en espectáculo o señal de aprobación social.
Cuando la liturgia se convierte en bandera, deja de ser oración.
Cuando la Eucaristía se utiliza como soporte de ideologías, deja de hablar el Evangelio y comienzan a hablar las narrativas humanas.
La Iglesia lo advierte con claridad:
Lo sagrado es vulnerable: su manipulación lo destruye, su comercialización lo corrompe, su apropiación lo silencia.
La Iglesia tiene el deber moral de resguardar la Eucaristía de toda instrumentalización, sin importar de qué corriente, color o tendencia provenga.
✦ 4. La comunión supera toda ideología
El altar no divide: convoca.
No es insignia de unos contra otros:
es la mesa donde todos —pecadores, pobres, heridos— son llamados a comer el Pan de Vida.
Cuando el altar se viste de ideología, excluye.
Cuando permanece puro y centrado solo en Cristo, abraza.
Porque la comunión que nace de la Eucaristía:
• sana heridas profundas,
• destruye muros,
• reconcilia,
• y crea fraternidad más fuerte que cualquier bandera.
Esa comunión se llama Iglesia.
✦ 5. “Lo que es de Dios, a Dios”
En el templo, Cristo tiene primacía.
El altar proclama la verdad de su sacrificio, no los intereses humanos.
La belleza de la liturgia ya evangeliza:
• el silencio,
• los signos,
• la Palabra proclamada,
• el pan consagrado,
• el cáliz elevado,
• el sacerdote que actúa in persona Christi.
Eso es la Iglesia.
Ahí habla la misericordia con voz divina, sin necesidad de banderas.
✦ Conclusión
El altar de la Eucaristía no es valla publicitaria.
No es tribuna de reivindicaciones.
No es escenario de luchas ideológicas.
Es la mesa del Cordero, el lugar donde Cristo se entrega, donde la humanidad se salva, donde la Iglesia encuentra su centro.
Quien ama la misericordia, la libertad y la justicia, no necesita colgar signos humanos sobre el altar.
Sólo necesita contemplar a Cristo, presente, humilde y glorioso, que dice:
“Vengan a mí… y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón.”
La Eucaristía no excluye a nadie.
Pero exige reverencia, silencio, adoración y verdad.
Porque allí está Dios,
y donde Dios está
no hay espacio para banderas humanas.