Por el P. Jorge Luis Zarazúa Campa, fmap
He leído diversas intervenciones sobre el celibato sacerdotal. Sin embargo, la posición del P. Amatulli sobre este tema es muy distinta de las propuestas contestatarias que se ventilan constantemente en los medios de comunicación masiva y a las cuales ha respondido el Magisterio de la Iglesia en diversas intervenciones, pues parece que buscan, sin más, la eliminación del celibato sacerdotal.
Pablo VI, en la encíclica Sacerdotalis caelibatus, recuerda que se ha manifestado
“la expresa voluntad de solicitar de la Iglesia que reexamine esta institución suya característica [el celibato], cuya observancia, según algunos, llegaría a ser ahora problemática y casi imposible en nuestro tiempo y en nuestro mundo” (Pablo VI, Sacerdotalis caelibatus, 1).
Además de esta objeción, las objeciones más recientes están claramente descritas por el Cardenal Piacenza, prefecto de la Congregación para el Clero, que señala lo siguiente:
“Residuo preconciliar y mera ley eclesiástica. Estas son, en definitiva, las principales y más dañinas objeciones que vuelven a aflorar al renovarse periódicamente el debate sobre el celibato sacerdotal” (Piacenza, Mauro, El celibato sacerdotal. Cuestión de radicalidad evangélica).
Ni imposibilidad de vivir el celibato…
Según mi opinión, el P. Amatulli de ningún modo considera que sea imposible vivir el celibato en nuestro tiempo, aunque está plenamente consciente de las dificultades que actualmente encuentran el presbítero, y aún el obispo, en la vivencia de este carisma. Pero su argumentación a propósito del celibato sacerdotal no parte de estos hechos de carácter sociológico y psicológico, aunque nunca llega a desestimarlos, como si fueran problemas irrelevantes, pues constantemente ha recordado el drama que viven numerosos sacerdotes que se sienten llamados al ministerio sacerdotal pero no necesariamente a una vida célibe.
… ni residuo preconciliar…
Tampoco lo considera un residuo preconciliar, pues no he notado en su postura teológica la hermenéutica de la ruptura que hacen diversos teólogos entre el Concilio Vaticano II y las reformas que ha inspirado y la doctrina de la Iglesia antes del Concilio, particularmente en las doctrinas emanadas de Trento, Vaticano I y el Magisterio pontificio preconciliar y su relativa praxis eclesial. En este sentido, me parece que el P. Amatulli se ubica en la hermenéutica de la continuidad, auspiciada por el Santo Padre Benedicto XVI, como dejan verlo sus numerosos escritos.
… ni mera ley eclesiástica.
Tampoco la considera una mera ley eclesiástica. En efecto, el P. Amatulli reconoce perfectamente que en el Magisterio de la Iglesia reside la potestad de las llaves confiada por nuestro Señor Jesucristo a san Pedro y sus sucesores, por lo que reconoce el carácter vinculante de sus leyes y disposiciones. Además, el P. Amatulli no ha solicitado nunca la eliminación del celibato sacerdotal y aprecia notablemente los innumerables frutos de este carisma en la historia bimilenaria de la Iglesia.
Un carisma apreciado
El P. Amatulli, que vivió de cerca los trabajos del Concilio Ecuménico vaticano II (1962-1965) cuando era un joven seminarista y estudiante de teología, coincide con esta rica doctrina conciliar:
La perfecta y perpetua continencia por el reino de los cielos, recomendada por nuestro Señor [Cf. Mt., 19, 12.], aceptada con gusto y observada plausiblemente en el decurso de los siglos e incluso en nuestros días por no pocos fieles cristianos, siempre ha sido tenida en gran aprecio por la Iglesia, especialmente para la vida sacerdotal. Porque es al mismo tiempo emblema y estímulo de la caridad pastoral y fuente peculiar de la fecundidad espiritual en el mundo [Cf. Conc. Vat. II, Const. dogm. De Ecclesia, n. 42: AAS 57 91965), pp. 47-49.] (Presbyterorum ordinis, 16).
Radicalidad evangélica
La postura del P. Amatulli sobre el celibato sacerdotal opcional y, por tanto, su petición del acceso al sacerdocio ministerial por parte de viri probati casados (aunque no sólo casados), por lo que entiendo, viene de consideraciones muy distintas. Apunto algunas de ellas, que me parecen altamente significativas.
1. La excelencia de la Eucaristía como centro de la vida cristiana. La praxis actual del celibato obligatorio no favorece que haya el número suficiente de ministros ordenados e impide así el acceso a la Eucaristía a numerosas comunidades cristianas. En este sentido, el P. Amatulli distingue que el celibato sacerdotal ha dado múltiples beneficios a la Iglesia, pero ahora parece representar un obstáculo para que haya el número suficiente de ministros ordenados que garantice la debida atención pastoral del Pueblo de Dios, especialmente en orden a la confección de la Eucaristía. Evidentemente, el P. Amatulli no hace esta propuesta sólo para resolver el problema de la falta de ministros ordenados. Lo que propone es un asunto de mayor trascendencia todavía. Es también cuestión de una auténtica radicalidad evangélica, pero en la línea de una adecuada atención pastoral según la doctrina de la Iglesia, pues la Iglesia nace y vive de la Eucaristía.
Viene de manera espontánea a la mente lo que aconteció en Abitene, pequeña localidad en lo que hoy es Túnez, hacia el año 304, durante la persecución del emperador Diocleciano. Un domingo “se sorprendió a 49 cristianos que, reunidos en la casa de Octavio Félix, celebraban la Eucaristía, desafiando las prohibiciones imperiales. Arrestados, fueron llevados a Cartago para ser interrogados por el procónsul Anulino. En particular, fue significativa la respuesta que ofreció Emérito al procónsul, tras preguntarle por qué habían violado la orden del emperador. Le dijo: «Sine dominico non possumus», sin reunirnos en asamblea el domingo para celebrar la Eucaristía no podemos vivir. Nos faltarían las fuerzas para afrontar las dificultades cotidianas y no sucumbir. Después de atroces torturas, los 49 mártires de Abitene fueron asesinados. Confirmaron así, con el derramamiento de sangre, su fe. Murieron, pero vencieron: nosotros les recordamos ahora en la gloria de Cristo resucitado” (Homilía de Benedicto XVI al clausurar el XXIV Congreso Eucarístico Nacional Italiano domingo, el 29 de mayo de 2005 en la explanada de Marisabella).
2. La distinción entre la vocación sacerdotal y el carisma del celibato. En esto el P. Amatulli coincide plenamente con el Santo Padre Pablo VI que a este propósito dice:
Ciertamente, el carisma de la vocación sacerdotal, enderezado al culto divino y al servicio religioso y pastoral del Pueblo de Dios, es distinto del carisma que induce a la elección del celibato como estado de vida consagrada (cf. n. 5, 7) (Pablo VI, Sacerdotalis caelibatus, 15).
Me parece oportuno apuntar también lo que dice el Concilio Vaticano II:
La perfecta y perpetua continencia por el reino de los cielos (…) [n]o es exigida ciertamente por la naturaleza misma del sacerdocio, como aparece por la práctica de la Iglesia primitiva [Cf. 1 Tim 3, 2-5; Tit 1, 6.] y por la tradición de las Iglesias orientales, en donde, además de aquellos que con todos los obispos eligen el celibato como un don de la gracia, hay también presbíteros beneméritos casados; pero al tiempo que recomienda el celibato eclesiástico, este Santo Concilio no intenta en modo alguno cambiar la distinta disciplina que rige legítimamente en las Iglesias orientales, y exhorta amabilísimamente a todos los que recibieron el presbiterado en el matrimonio a que, perseverando en la santa vocación, sigan consagrando su vida plena y generosamente al rebaño que se les ha confiado [Cf. Pío XI, Encícl. Ad catholici sacerdocii, del 20 de diciembre de 1935: AAS 28 (1936), p. 28.] (Presbyterorum Ordinis, 16).
En este sentido, el P. Amatulli tiene en cuenta, como también lo hace Pablo VI en su encíclica Sacerdotalis caelibatus, los datos contenidos en el Nuevo Testamento,
“en el que se conserva la doctrina de Cristo y de los apóstoles, [y] no exige el celibato de los sagrados ministros, sino que más bien lo propone como obediencia libre a una especial vocación o a un especial carisma (cf. Mt 19, 11-12). Jesús mismo no puso esta condición previa en la elección de los Doce, como tampoco los apóstoles para los que ponían al frente de las primeras comunidades cristianas (cf. 1 Tim 3, 2-5; Tit 1, 5-6)” (Pablo VI, Sacerdotalis caelibatus, 5).
3. Obediencia a las disposiciones de la Iglesia. Sé que el P. Amatulli no pretende irse “por la libre”. Su finalidad es “mover las aguas estancadas” y motivar a la reflexión de un tema del que depende la supervivencia del catolicismo y evitar su creciente protestantización en lo que respecta a la multiplicación de celebraciones dominicales sin la presencia del sacerdote. Algo que era excepción parece que va en vías de convertirse en la norma, contraviniendo la praxis bimilenaria de la Iglesia.
Por otra parte, sé que el P. Amatulli está perfectamente de acuerdo con Pablo VI en que “la vocación sacerdotal, aunque divina en su inspiración, no viene a ser definitiva y operante sin la prueba y la aceptación de quien en la Iglesia tiene la potestad y la responsabilidad del ministerio para la comunidad eclesial; y por consiguiente, toca a la autoridad de la Iglesia determinar, según los tiempos y los lugares, cuáles deben ser en concreto los hombres y cuáles sus requisitos, para que puedan considerarse idóneos para el servicio religioso y pastoral de la Iglesia misma” (Pablo VI, Sacerdotalis caelibatus, 15).
Es en este contexto que el P. Amatulli invita a reflexionar a la Iglesia toda sobre este importante tema. Es en esta misma línea que solicita a las autoridades competentes que se considere la ordenación sacerdotal de hombres casados (viri probati) y la posibilidad el celibato opcional, pues, valga la repetición, “toca a la autoridad de la Iglesia determinar, según los tiempos y los lugares, cuáles deben ser en concreto los hombres y cuáles sus requisitos, para que puedan considerarse idóneos para el servicio religioso y pastoral de la Iglesia misma” (Pablo VI, Sacerdotalis caelibatus, 15).
Harina de otro costal
Su posición es notablemente distinta de las voces en boga. Su estilo es también muy distinto. No es el estilo contestatario a que nos tienen acostumbrados los teólogos del disenso. Pero precisamente por eso, se pierde en el concierto de tantas voces discordantes, pues numerosas personas, incluidos muchos Pastores de la Iglesia, al leer, escuchar o aproximarse a su propuesta la meten en el mismo recipiente, cuando, para decirlo en términos populares, su posición al respecto “es harina de otro costal” y “se cuece aparte”.
Por eso es tarea nuestra comprender su posición y exponerla adecuadamente, especialmente en la predicación oral y en las charlas y reflexiones donde meditamos sus escritos. De hecho, es común que en las charlas y cursos que impartimos, los feligreses comenten los problemas que causa en sus parroquias actualmente el celibato sacerdotal obligatorio, pues la vivencia de este carisma deja mucho que desear.
Es tarea nuestra también exponerla debidamente a nuestros “hermanos menores”, resaltando la distancia abismal entre la posición teológica-pastoral del P. Amatulli y otras posturas difundidas profusamente en los medios de comunicación masiva, convertidos en megáfonos y cajas de resonancia de numerosos teólogos del disenso.
A modo de conclusión
Un argumento que debemos considerar es el que expresa el Cardenal Piacenza: “el celibato es una ley sólo porque es una exigencia intrínseca del sacerdocio y de la configuración con Cristo que el sacramento del Orden determina”.
Parece que esta es la tendencia actual de la teología emanada de teólogos cercanos a la Santa Sede, particularmente a la teología sobre el sacerdocio de Juan Pablo II y que parece centrarse en algo que no sé si se le pueda llamar la “dignidad sacerdotal”, pues el Cardenal Piacenza señala a continuación que
“[l]a raíz teológica del celibato, por consiguiente, ha de buscarse en la nueva identidad que se da a quien recibe el sacramento del Orden. La centralidad de la dimensión ontológica y sacramental, y la consiguiente dimensión eucarística estructural del sacerdocio, representan los ámbitos de comprensión, desarrollo y fidelidad existencial al celibato” (Piacenza, Mauro, El celibato sacerdotal. Cuestión de radicalidad evangélica).
Parece que este es un aspecto sobre el que tenemos que reflexionar para conocerlo más ampliamente y ver sus límites, alcances y perspectivas.
En efecto, este es por ahora el principal “escollo” que debe franquearse en la reflexión teológica para poder contar en la Iglesia con la Eucaristía celebrada en todas y cada una de las comunidades católicas, como fue el deseo de Cristo al instituir tan admirable Sacramento, como ha sido el sentir de los Padres y la praxis dos veces milenaria de la Iglesia, y como se desprende del Magisterio reciente sobre la Eucaristía:
La Iglesia vive del Cristo eucarístico, de Él se alimenta y por Él es iluminada. La Eucaristía es misterio de fe y, al mismo tiempo, «misterio de luz». (Cf. Carta ap. Rosarium Virginis Mariae (16 octubre 2002), 21: AAS 95 (2003), 19.). Cada vez que la Iglesia la celebra, los fieles pueden revivir de algún modo la experiencia de los dos discípulos de Emaús: «Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron» (Lc 24, 31) (Juan Pablo II, Ecclesia de Eucharistia, 6).
Esta es también la motivación y la preocupación constante del P. Amatulli al solicitar un Nuevo Modelo de Iglesia, que nos permita contar con las estructuras necesarias para atender debidamente al Pueblo de Dios. Se trata, por tanto, de una asignatura pendiente.
Hermano, considero mi total concordancia con lo que expone, la situacion actual de la Iglesia nos lleva a solicitarle al dueño de la mies que mande obreros a su mies, lo que hacemos después de cada Misa y considero que el Señor ha escuchado nuestros ruegos y que se preocupa por la atención pastoral de su pueblo, pero la respuesta que el Señor nos da quizá no la hemos entendido, actualmente han surgido vocaciones sacerdotales, y esto siempre por invitación del Señor ya que es una vocación, en hombres también casados mismos que podrían desempeñar ese ministerio desde su propia situación particular, confio en que el Señor hará lo necesario para que la Iglesia pueda comprender cual es esta respuesta que El está dando y podamos evitar hacer oidos sordos a su respuesta, y espero en Dios que nuestros pastores puedan facilitar la formación intelectual y espiritual a estos hombres escogidos por Dios y llamados a su servicio y de esta manera hacer posible en nuestra época el cumplimiento a cabalidad de la misión recibida por Nuestro Señor de predicar el Evangelio a toda creatura hasta los confines de la tierra, ya que esos confines, en ocasiones, están en las colonias, zonas rurales, escuelas, trabajos en los que no se predica o no se hace llegar el Evangelio porque no existen ministros que atiendan esas áreas dispensando la gracia sacramental que solo puede hacer un Sacerdote, cuántas almas están privadas del perdón por el sacramento de la Reconciliación que no reciben y cuántas están privadas de los auxilios en el último momento por no poder abarcar los hospitales o lechos de muerte de los enfermos. Oremos porque el Señor permita que estas adecuaciones a la época puedan llevarse a cabo de manera rápida y efectiva y cuando el Señor nos llame a cuentas podamos responder «hicimos lo posible por no perder a ninguno de los que nos haz encomendado».
Alabado sea Jesucristo!!
Viva El Papa Francisco .
Viva Cristo Rey .
«Sen~or , a quien iremos?» .
Para donde el Papa diga , a la hora que diga.